domingo, 27 de noviembre de 2011

Capítulo 1 - Larry Morgan

Me muevo sigilosamente por los barrios bajos de Tokio. Son las dos de la madrugada. Me había escapado de casa. Tomé la decisión repentinamente después de otra discusión con mi padre. Él quiere que yo sea su fiel discípulo y que siga todos sus consejos pero eso no sucederá nunca. Yo, el hijo del director de una de las mayores industrias del país debía ser un perfecto ejemplo de conducta.

“Perfecta” era una palabra que había oído tantas veces que casi me daba asco. Así que he decidido marcharme de esa cárcel contra soñadores aunque me estén buscando yo me iré más lejos.

Apenas llevaba nada en mi mochila: una cartera con el poco dinero que había ganado por mi cuenta (no me gusta pedir y menos a mi familia), una manta de lana por si tenía que dormir a la intemperie y un par de barritas energéticas que había sisado de la despensa antes de partir. Llevaba puestos mis vaqueros favoritos, unas deportivas y una sudadera roja, la que más abrigaba. Aún así tengo frío. No contaba con que la temperatura descendiera tanto justo hoy. También noto como me pesan los párpados, necesito dormir urgentemente. Pero me temo que si me acuesto en cualquier parte me encuentre uno de esos indeseables y borrachos vagabundos o peor; la policía.

Aparté como pude ese pensamiento de mi cabeza y emprendí mi marcha hacia un parque a las afueras de la ciudad. Era un lugar tan grande y con tanta vegetación que me parecía improbable que alguien me encontrase.

Tal y como esperaba, el recinto estaba totalmente vacío. Avancé con precaución por el camino que atravesaba el parque, mirando a todas partes, buscando con la mirada un banco un poco alejado de la entrada y a ser posible, alejado de cualquier ser vivo en un radio de trescientos metros. No sabía si era una suerte o una maldición el hecho de que las farolas me proporcionasen una luz más bien escasa. No le di muchas vueltas. Encontré un banco discretamente escondido detrás de las ramas de un viejo árbol y fui hacia él. Saqué la manta de la mochila y tapándome con ella me acosté en el banco. Utilicé la mochila como almohada y cerré los ojos dispuesto a dormir un par de horas. Inútil. La dureza de mi nuevo lugar de reposo me impedía conciliar el sueño. Di muchas vueltas en el sitio pero cuanto más me movía, más insoportable se hacía mi nuevo dolor de espalda. Finalmente opté por una posición más o menos buena y me quedé muy quieto a pesar de lo incómodo que me encontraba.

-       ¿Laurence Morgan? – preguntó una voz ronca cerca de mí.

Había conseguido dormirme por fin. Aunque esa voz tan siniestra parecía el principio de una pesadilla.

-       Larry – le corregí.

-       ¿Por qué no me miras cuando te hablo?

Entonces reparé en que tenía los ojos cerrados y estaba todavía acostado. La realidad me golpeó de repente: estaba despierto. Me incorporé rápidamente y miré a mi interlocutor. Era un anciano vagabundo, lo deduje por sus desgastadas ropas. No llegaba a ver bien su cara; llevaba sombrero y gafas de sol. Una barba blanca era lo que más resaltaba de su cara seria y fría como el hielo. Era muy alto e intimidante, seguramente me hubiera echado a correr pero algo me decía que si lo hacía, él me alcanzaría.

-       ¿Cómo sabe mi nombre? – le pregunté al desconocido.

-       Te conozco desde que naciste. – respondió acentuando cada palabra y provocándome un escalofrío - ¿No preferirías dormir en tu casa?

-       No, allí ya no hay nada que pueda interesarme. Estoy mejor aquí.

-       Ellos no opinan lo mismo. – aquel vagabundo hablaba en susurros, como si hubiera alguien más que nos estuviera escuchando – Por eso han mandado a los oficiales a buscarte.

-       Me da igual.

-       Escucha, sé cómo te sientes. No voy a delatarte, no sacaría ningún beneficio de ello. Voy a ofrecerte la posibilidad de cambiar de vida.

-       ¿Y cómo va a hacer eso? – pregunté asegurándome de reflejar escepticismo en mi voz.

-       Eres tú quién ha de dar el primer paso. – en cuanto hubo dicho esto, metió su mano en el bolsillo, sacó una pequeña cajita de madera y me la entregó diciendo – No la abras hasta que te encuentres con un problema que no sepas resolver. Solo entonces, estarás preparado para enfrentarte a tus temores.

Examiné la caja con cuidado. Sin abrirla le di vueltas y vueltas fascinado por los brillantes dibujos de dragones que la decoraban. Estaba cerrada con candado. Aunque quisiera abrirla no podría.

-       ¿Y la llave? – le pregunté al extraño.

Demasiado tarde. Él se había ido. Parecía como si se lo hubiera llevado el viento. Se marchó tal y como llegó: sigilosamente. No lo entendía pero me daba igual. Quizá todo fuera una pesadilla después de todo.

A lo lejos oí una sirena. Vi a un coche patrulla aparcar justo en la entrada del parque. Apresuradamente guardé la manta y la cajita en mi mochila, me la colgué a la espalda y eché a correr. Miré atrás, un par de policías me seguían, iban a alcanzarme. Hubiera conseguido escapar de no ser porque había un muro enorme de piedra donde apenas unos minutos antes estaba la salida del parque. Intenté treparlo pero era inútil. Me tenían.